Lunes, 23 de
febrero de 2004 |
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SEÑORA
CORRIENTE, SÚBITA MADRE `REALMENTE´
IMPORTANTE, SORPRENDIDA IN FRAGANTI COPIANDO EN
UN EXAMEN DE HISTORIA |
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Un día
cualquiera entre el 9 y el 13 del mes en curso.
Exámenes de febrero en la Universidad Nacional
de Educación a Distancia, facultad de Geografía
e Historia, centro de la UNED en la Plaza de Lavapies
(Madrid). Una mujer bajita y fina, de mirada chispeante
y pelo ensortijado, acaba de entrar en el aula dispuesta
a examinarse de Historia de Grecia. Para llevar
a cabo su cometido, ha pensado que sería
bueno situarse junto al ventanal porque, como buena
alumna de Historia, sabe muy bien que los ventanales y
balcones de las aulas examinadoras han rendido servicios
impagables a estudiantes ocasionales que, como ella,
confían más en la buena suerte que
en una concienzuda preparación.
Originaria de una familia corriente, nuestra protagonista,
también por razones del azar, ha emprendido
el ascenso hacia un reconocimiento social para el
que sólo unos pocos son llamados. Y para
acometer con las debidas garantías la escalada hacia la
embriagadora cima de la distinción y la fama, la mejora
de su educación y la pasión por la
Historia de la Grecia clásica cobran una
importancia decisiva.
El caso es que nuestra amiga entra en el aula con
pie firme y ánimo decidido, dispuesta a enfrentarse
a su examen con la misma profesionalidad con la
que se ha enfrentado a sus numerosos pacientes en
los distintos hospitales en donde ha trabajado a
lo largo de sus cincuenta primaveras estupendamente
bien llevadas. Ya está casi terminando de
escribir, imaginando dónde colocar su flamante título de
licenciada y el tono y charol que piensa darse manejando
ante la buena sociedad sus entorchados académicos,
cuando sucede algo imprevisto...
Porque ella no contaba con que sus dotes para la
observación de ciertas reglas académicas
exigen una picardía natural y una destreza en
el manejo de las manos que nada tienen que ver con las
artes de una buena y eficiente enfermera, pues sólo los
años de vida universitaria que ella no ha
tenido otorgan la capacidad para no ser sorprendida
en el instante crucial. En esas estaba la osada
alumna cuando fue cazada in fraganti por la vigilancia.
-Usted ha terminado ya su examen -le espetó
la profesora en tono de reproche-, así que
grape su chuleta en las hojas que ha escrito para
que el tribunal pueda decidir si ha influido o no en el
resultado de la prueba.
La alumna, acostumbrada a tratar con pacientes en
estado de coma, guardó las formas propias
de la enfermera aguerrida. Pero el recuerdo inmediato
de su futura posición de preeminencia, ocasión
única que, pasando el tiempo, podría
incluso llevarla a figurar en ese espacio de honor
reservado a las madres de la Historia, le decidió
a interpelar a la sorprendida profesora de este
modo:
-Necesito hablar con el presidente del tribunal;
sepa usted que soy la madre de Letizia Ortiz
Rocasolano.
A lo cual, la astuta profesora, respondió:
-Soy yo la presidenta del tribunal, abandone usted
el aula... |
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